Sólo escuchaba los sermones, su mente pensaba como el niño que era. Cumplía con la tradición de la familia, recitaba versos que no masticaba en ese momento, pero si más tarde.
Forjando su vida por los pasillos de la Villa 18 en San Martín, fue uno de los súbditos y clientes de “Mameluco”. La música marcó su caminar, pasando por diferentes estilos llegó a cantar en la televisión para diferentes canales de aire, pero todavía batalla contra sus fantasmas, contra aquel gigante que derriba a los más fuertes. “Todo comenzó como un juego pero luego se convirtió en una adicción”, confiesa Diego Aguirre, bonaerense de 37 años que intenta rebobinar en su mente aquellos periodos donde la droga tomó el timón de su existir. Su historia es como grano de arena en el Sahara, se puede contrastar con muchos relatos de los esclavos del dolor. Pero si hay algo que lo separa del “montón”, es su actitud para afrontar su debilidad.
Con los ojos quebrados y una voz tímida con poca fuerza se libera de un peso que trae hace años: el ocultar la verdad. Siendo una especie de feligrés arrepentido confiesa: “Me denigre como persona cuando comencé a drogarme. Por la adicción me fui a vivir a la calle, dormía bajo los puentes en Villa Ballester, tenía un carro y juntaba cartones.” Según palabras de su boca, “su familia nunca le enseño tal cosa” pero tomó el ejemplo de su hermano, que teniendo malas juntas, apuntó hacia las filas de los adictos.
Todo se fue convirtiendo en su círculo vicioso, su cielo era oscuro cada día, hasta el punto en el que sentarse en las vías del tren era un lugar de reflexión: “Estuve sobre las vías para matarme, lloraba y era como que el cuerpo se me iba…Nunca tuve las agallas”. Diego intentó separarse de ese mundo que lo llevaba a la destrucción moral y física, recordando las enseñanzas que había tenido en la Iglesia hasta su adolescencia: “Siempre tuve a Dios presente, como también a mi familia”.
Las encuestas y promedios acerca de la droga arrojan resultados que a esta altura podemos confirmar con nuestros ojos. En el estudio “Cuarta Fase del Registro Continuo de Pacientes en Centros de Tratamiento”, realizado por el Observatorio Argentino de Drogas entre agosto de 2008 y julio de 2009, se registraron un total de 3008 pacientes en 57 instituciones de 15 provincias del país. Actualmente ante esta problemática social, las granjas de rehabilitación se han puesto como la solución más factible para estos casos. Con 21 años, ya gastando 500$ pesos en las noches de sábado, el hombre de esta crónica relata: “En el 2001 me llevaron a una granja de rehabilitación en La Plata. ¡Llegué y les comencé a hablarles a todos y los volví locos! Estuve dos días y me fui, cuando salí no sabía donde estaba, dormí varias noches en la calle sin nada, porque había dejado toda mi ropa y varias cosas más sólo para salir de ahí”. Desconcierto, tristeza, la soledad misma lo cubría desde que salía el sol. No existía nadie en ese momento que enjuague sus lágrimas, la droga ya era ese pequeño pero fuerte hilo que sostenía su vida.
“Estando en la villa quise ir a robarle a un hombre que había salido de comprar `la mercadería`, con un tramontana intenté sacársela pero casi me mata a piedrazos” Las personas que lo veían por la calle lo comparaban con un zombie, sus hermanos lo miraban con lastima, el entorno lo afectó, la violencia era parte de su cultura pero decidió volver a sus raíces. Con la frente hacia el suelo, llevando las Topper que lo caracterizaban entró a la Iglesia y de rodillas durmió. Había encontrado según él, “la paz”, aquel muchacho que meses atrás le había roto dos botellas de vidrio a una persona y luego con los picos se los clavó en el estomago, se había rendido. “Gracias a Dios nunca estuve preso, eso es lo que siempre le agradezco. Me escapé muchas de la policía, hasta llegue a pelearme. Siempre tengo en cuenta que tendría que estar en la cárcel por un intento de homicidio, pero Dios me rescató de esa vida”. Su voz era cada vez más baja, transcurrían los minutos y la vergüenza inundaba su cuerpo, cada vez que enunciaba a la cocaína o a la marihuana su dichos menguaban, no había personas alrededor pero su mirada se desviaba, como buscando algún entrometido. Su ser interior todavía se ve afectado por el pasado y a raíz de eso comenta un sueño fallido: “Me arrepiento de haber tenido esa vida, siempre soñé con ser futbolista y ahora sólo reparto el correo”.
El grabador se apaga, saluda con una sonrisa y se marcha en su bicicleta al caer la noche. Hoy la luna no es la misma para él, aquella que con su luz tocaba su rostro cuando reposaba en el pavimento meses atrás. Llega a su barrio y en las esquinas escucha un llamado que conoce muy bien: ¿cuánto?, sigue pedaleando y se aleja, encontró otro rumbo, torció la senda que lo “llevaba a la muerte”.
Su cuerpo se pone tenso, transpira y siente que todavía no se ha alejado del todo, pero batalla, trata de levantarse cada vez que cae, camina por los pasillos de barrio y saluda como si nada hubiera pasado, si, es verdad, no ha salido totalmente del agujero pero alguna vez Emiliano Zapata, un revolucionario mexicano sentenció con mucha sabiduría: “Más vale morir de pie que vivir rodillas”.
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